25 de octubre de 2017

No creo en Dios


No creo en Dios. Momento. No es verdad. Me corrijo. Lo escribo mejor: Casi nunca creo en Dios. Me gustaría, lo intenté, no pude. Por otro lado y aunque parezca contradictorio rezo mucho, todo el tiempo. No se a que le rezo. Pero recito como un mantra las oraciones de siempre, las de toda la vida. Creo en eso. En un especie de conversación con el misterio, con lo oscuro, con lo que no se ve. Me alivia y me hace sentir acompañado.

Hace cinco años, más menos, una pintora que compartía taller con Lula nos invitó a su cumpleaños de 40. Era en Palermo, en un bar. Llegamos tarde. El lugar era muy chiquito, no conocíamos a nadie, todo el mundo bailaba. Serían 50 personas. Nos pusimos a bailar nosotros también. Bailábamos sin hablar porque la música estaba muy fuerte. Visto desde afuera podía llegar a parecer divertido. En algún momento no se porque me puse a repetir al ritmo de la música y como para adentro: Hop hop hop. Bailaba y repetía eso. Me ayudaba a soportar ese especie de infierno. Después, me arrepiento, compartí el descubrimiento con Lula. No duramos ni 10 minuto más en el lugar. El hop hop hop que me había hecho tolerable dos horas de baile en silencio, compartido ya no valía nada. Quiero decir con esto que hay una intimidad que no se cuenta, que es, pardójicamente, lo que intento hacer escribiendo esto.

Ya me doy cuenta que es imposible.

Leí hace poco una frase de San Agustín que es así, que más o menos es así: Si lo pienso lo entiendo, si lo digo no lo entiendo más.

Escribo esta crónica porque no fui justo, el miércoles, al no compartir mi experiencia real en el asunto de los retiros. Sobre todo con Lucas que me preguntó y de vergüenza le contesté evadiéndome. No es que no haya sido justo conmigo o con ustedes. No fuí justo con la experiencia en sí. Una experiencia que me hizo mucho bien.

Hace tres años me invitaron a un retiro. Un fin de semana. Me explicaron que no era religioso (me mintieron) o mejor dicho que no hacía falta creer ni ser cristiano ni nada (era verdad). Pensé que ni en pedo iba, pensé ya mismo contesto que no, me reí de la persona que me invitaba, para adentro. Dije que si.

No conocía a nadie, lo que fue un alivio, Fuí porque el estado avanzado e hiper ramificado de mis múltiples manías entre sus síntomas no me deja decir no.
La gente que había ido al retiro, en general, estaban como yo con diferentes intensidades. Algunos sin laburo, otros deprimidos, otros zafando del chupi o de las drogas, uno que lo había dejado la mujer, un jubilado que no sabía que hacer, un ex futbolista. Casi nadie quería estar del todo ahí. Sentí lo mismo que sentía, toda mi infancia, en la colonia del club.

Al final la pasé muy bien.

El año siguiente me invitaron del mismo retiro a dar una charla. La charla era sobre la conversión de Saulo. Pensé que ni en pedo iba, pensé ya mismo contesto que no, me reí de la persona que me invitaba, para adentro. Dije que si.

No di una charla sobre Dios, no hubiera podido, pero hablé de Ananías y del Otro y que de lo poco que entendía de la vida me daba cuenta de que no hay posibilidad de felicidad sin una dimensión de los demás vivida desde el amor. Hice dibujos. Hubo risas, llantos y aplausos. Juré, ahora si, no volver más.

Al año siguiente me invitaron de nuevo. La charla sería esta vez sobre el buen Samaritano. Pensé que ni en pedo iba, pensé ya mismo contesto que no, me reí de la persona que me invitaba, para adentro. Dije que si.

No di una charla sobre Dios, no hubiera podido, pero hablé de que todos corremos, más o menos, la misma suerte, hablé de los desconocidos y de la atención, del dolor y de las injusticias. Hice dibujos. Hubo risas, llantos y aplausos. Juré, ahora si, no volver más.

Este año me volvieron a invitar, y ahora si, finalmente, con gran esfuerzo, dije que no. Me preguntaron por qué, les contesté: No creo en Dios.