2 de Septiembre de 2015

Pocas palabras siempre son mucho.




La cerveza fresca, ocre a la poca luz del Montañés, los hermanos reunidos en una variante del ritual de cada primer miércoles de mes, y la satisfacción de lo que se suspende, en el aire.

Eramos cinco y estábamos pasados de la hora de la reunión apenas unos minutos, que no íbamos a tener basket parecía un hecho consumado, salteábamos ese casillero y nos disparábamos placenteramente directo a la cena sin la previa gesta deportiva.

Gonchi, Negro, Mauro, Lucas y yo. Faltaba el Uruguayo y si llegaba me sentía confiado de convencerlo de que esta vez no juguemos, que charlar, comer y seguir tomando era lo mejor que podíamos hacer. 

El Uruguayo hizo su aparición como una bola de fuego escupida por un volcán que recién entra en erupción. La mirada perdida, sin brillo en los ojos, pasó sin vernos trotando a la cancha de baldosas colegiales donde intentamos jugar al basket cada vez.

Le chisté desde la mesa bananeándo la situación. Intenté poner cara de "se suspendió piscuí sentate con nosotros" me miró dos segundos y me heló la sangre. El Uruguayo escaneó la mesa, nuestras posiciones, las cervezas, las papas fritas y manies, detuvo su recorrida óptica en nuestra ropa para nada deportiva. No hizo falta mucho para que nos vayamos levantando uno a uno, agarremos los bolsos rápido y con cara de preocupados lo sigamos hasta la canchita.

En fila india , el iba diciendo para adentro: "Se juega, acá se juega, no me vine corriendo desde casa para suspenderlo", eso dijo apenas. Pero con el uruguayo pocas palabras siempre son mucho.

Yo escuché esto:
"Ahora vamos a jugar como hombres. Nunca miren a la tribuna. El partido se juega abajo. Ellos son once y nosotros también. Este partido se gana con los huevos en la punta de los botines"

Jugué como pude un partido muy físico, en un estado de mormosidad etílica, me desgasté en el duelo personal con el Negro que o estaba dopado o empezó a entrenarse con personal trainer hace meses. El uruguayo me hizo saber cuando terminó el partido lo decepcionado que estaba con mi rendimiento, sencillo como es, con un "jugaste como el culo" me graficó su postura.

Los líderes son así, más los uruguayos. Pueden oler la deserción y el abandono a cuadras de distancia. Y en mi cabeza, tengo que admitir, el partido se venía suspendiendo desde las cuatro de la tarde.

Yo quería tomar cerveza y este se creía Obdulio Varela, una grieta insondable.

Los uruguayos están majaretas.