25 de febrero de 2015

Mirta



Es necesario que existan personas que asuman roles incómodos. Personas que nos interpelen. Que rompan con el status quo. 

El sentido común de los pueblos es eso que termina, en último caso, dominándolos.


Lo correcto, lo que se espera, lo que está bien, como contraposición de lo raro, lo deforme, lo marginal.


Nosotros, esta pequeña muestra que somos, este micro-espectáculo que damos un miércoles por mes, no es la excepción a la regla.

Hay dos equipos, y en esos dos equipos personas que cargan o llevan, asumen una etiqueta, algo que los caracteriza y que tranquiliza al resto mientras aceita los engranajes de una relación que lleva años funcionando.

Cada uno espera del otro algo que inevitablemente pasa y que nos da seguridad.


Estará el que con sus codos nos lastime, el que haga trampa, el que corra sin sentido como un demente, el calentón, el que tiene anécdotas, el piedra, el mentiroso, el meticuloso, el pajero, el degenerado, el gordo, el pelado, así es, así deberá seguir siendo.


El sentido común nos dice que sino queremos tener problemas, sino queremos sufrir, sino queremos morir, hay que respetar a raja tabla esos roles, esos lugares.


Es como con las armas, hay gente que está preparada para usarla y gente que no.

A mi no me gustan las armas. Mis miedos no tienen nada que ver con cosas de las que las armas puedan protegerme. La virilidad que representan o la adrenalina de dispararlas juegan en ligas diferentes a la de mis gustos y placeres.
Después está el tema filosófico, la razón menos importante, en una vida tan corta como la nuestra esas construcciones intelectuales acerca de los porque si o porque no, me parecen una perdida de tiempo, y sin embargo son las argumentaciones que más uso. En ese sentido puedo decir que no me gustan las armas porque son aparatos ideados para matar. Con sus arandelas, sus compartimientos metálicos, sus botones, sus seguros, gatillos y trabas, sus bellísimas formas y su masculinidad, tienen un fin y ese fin es la horrible búsqueda de descolgar a otro ser de ese hilo ¿invisible? que le permite interactuar con el resto de las cosas de este mundo: su vida.


Todo eso me pasa con las armas y sin embargo una de las cosas más peculiares que viví está relacionada directamente con su uso.

¿Por qué? por tonto, por salirme del camino, por portarme como un idiota. Todo esto pasó un fin de semana largo, que es justamente donde pasan casi todas las idioteces de este mundo.
Un fin de semana largo en el campo del novio de una amiga de mi mujer al que nunca quise ni debí ir.

Los detalles no tienen ninguna importancia, pero para ser justo tengo que aclarar que hasta el lunes a las tres de la tarde del fin de semana largo que pasé en el campo del novio de una amiga de mi mujer, todo estuvo bastante bien. Con las debida cuota de hipocresía y mentiras, cancherismo y anécdotas falsas que tuve que poner en juego para subsistir en un grupo de personas que claramente representan mi kriptónita. Soy bueno para eso, para encajar, porque mi apuesta es por el género humano en su totalidad, y cuando veo un tipo que es todo lo contrario a lo que me cae bien, también veo, como en pantalla partida, el componente orgánico que tenemos en común. Ojos, manos, piernas, uñas, el amor por el fútbol y la inevitabilidad de la muerte.

Bueno, no me quiero distraer mucho del verdadero motivo del relato. A las tres de la tarde y en pleno post asado de cierre del fin de semana y con mucho vino encima, salió el tema “rifle”.

El dueño del campo habló durante 45 minutos sobre el rifle que había heredado de su padre y el de su abuelo y el de su bisabuelo y así hasta llegar a la importancia que había tenido el rifle en la conquista del desierto y que los indios y bla bla bla. Yo tenía puesta música funcional adentro de mi cabeza desde que el flaco empezó con lo de la escopeta, no escuché con atención nada de su perorata, pero, y juro que no se porque, seguramente producto de la desinhibición y el embotamiento del alcohol dije: “Como objeto el rifle me parece anticuado y afeminado, y no lo digo por tu bisabuelo y su cacería de indios, prefiero toda la vida un revolver como el que usan los canas”.

Por esas cosas extrañas de la vida, imaginen que la película se corta y me ven a mi con este grupo de cuatro homosapiens, novios de las amigas de mi mujer, en un bosquecito bastante alejado del lugar donde habíamos estado comiendo el asado.

Podría relatarles sin mucha precisión que, oh casualidad, también había un revólver en el campo. Que algo apostamos, que yo acusé al del rifle de no se que cosa y que el otro me dijo que yo tenía cara de no haber usado nunca un revólver en la vida, que yo le contesté que iba todos los fines de semana al Tiro Federal con mi viejo, y toda una caterva de mentiras que los espantarían.

Vuelvo al bosquecito.

Piensen en un tipo como yo, con un pistolón negro, lustroso y cargado. Al lado mío el dueño del campo, tataranieto fascista de Juan Manuel de Rosas, o el prócer más poronga que se quieran imaginar, con una escopeta antiquísima en los brazos y apuntando a unas latas a 30 metros de distancia, con los ojos como bolas de fuego, presto a limpiar el buen nombre de la familia que el tonto de mi había mancillado.

Preparen, apunten y manga de borrachos: disparen.

De mi arma no salió absolutamente nada, no se bien porque, o si, la verdad es que no tenía la menor idea como sacar seguros, apretar los botones o lo que sea que habría que haber hecho. Pero el verdadero espanto le pasó a mi anfitrión. El rifle, como en los dibujitos, disparó para atrás, no digo que se allá inflado porque alguien puso un corcho, pero algo así pasó y el tiro señores, o la explosión de lo que debió ser el tiro, salió por la culata!!!!

No fue un drama absoluto pero el buen “patricio” necesito la debida internación hospitalaria y unas cuantas semanas de curas y apósitos.

Juramos, sin embargo, no contar nada de los pormenores a las "chicas", porque aún con nuestras diferencias nos unía el temor al despotismo femenino.

Eso si, nunca más nos invitaron a ningún lado, mi mujer cada vez que surge el tema me comenta que no se imagina porque.

Así que ya saben, el Dumey es Gorila.



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