25 de Septiembre de 2013

“...el más aburrido de mis amigos es más gracioso que la media y yo me río poco...” 

Así se desplegaba la charla con el tachero. Mi cabeza desde la parte de atrás del auto asomada entre los dos asientos de adelante, escupiéndole por encima del hombro. El tipo también eufórico giraba su humanidad a la derecha para contestarme en un tet a tet que en otra situación hubiera sido incomodísimo. 

Se lo dije por que me desafió y era tarde y la mezcla de sidras me tenía confundido pero locuaz. 

Para el conductor del bólido negro amarelho el humor de una mesa consistía en la tensión entre dos fuerzas contrapuestas que se disputan las risas del resto. Yo le explicaba que no, que para mi no, que estaba generalizando en base a su experiencia parcial, como la gente que le atribuye a las chicas con sobre peso virtuosismos amatorios difíciles de contrastar.

“En un grupo de 4 personas no puede haber más de un tipo gracioso, en uno de 8 quizás dos, no más. Si, te admito, que hay buenos parteners” eso decía Rafael Correa, DNI 16783371, casado, porteño y taxista. Me estaba tocando los huevos, realmente me empezaba a molestar, entonces arranqué a personalizar, contándole mi experiencia de esa misma noche, en la cena, en la comida del basket, cuatro horas antes de nuestro encuentro.

“Mirá Rafael, te pongo un ejemplo, hoy a la noche en el Montañés éramos 9, todos graciosos, por diferentes circunstancias, graciosos, aún en contra de la propia voluntad, te hago una lista, ¿tenés papel?, dame ese talonario de recibos, ahí va: escuchá...” Cuando empecé a explicarle, cuando iba a contarle las sagaces salidas de cada uno de ustedes, me paró en seco, “en mi taxi no, larga el talonario forro... Te bajás” eso me dijo el tachero, yo le contesté que si me echaba era por que le jodía, que sabía que yo tenía razón.

Bueno, finalmente me bajé. Son cosas que pasan. Somos guetos, grupos estancos, etnias cerradas, tribus, islas, con sus pequeñas o variadas experiencias. Mi isla chocó con la de Rafael y en ese desplazamiento algo se movilizó, algo que provocó que me baje del auto.

La dinámica de una comida entre nosotros es como el juego de la pila de manos. El que queda abajo tiene que poner la mano arriba de la pila y así sucesivamente, si te quedaste abajo más de lo razonable perdés, en general el juego termina con manotazos descontrolados al aire o algún bife.

A veces hacés durar más tiempo del necesario una historia, o tu aliado te abandona siguiendo el ánimo de la mesa, o se votan cosas insólitas y nunca se llega a sabe quien gana.
Pero el ritmo de las manos que bajan y suben en la torre de carne es constante, parejo, rítmico. Se arman y desarman los grupos, las conversaciones serias no duran mucho o devienen en votaciones, en algún momento vas a estar en el paredón y en otro integrás el pelotón que fusila.

Una de las cosas que Rafael me dijo para mostrar lo ridículo de mis argumentos, era que el nivel de agresión que sobre volaba nuestra mesa nunca podía ser gracioso, que las risas eran falsas y nuestras relaciones poco profundas, que las cosas que yo le contaba demostraban que el afecto, la intimidad y el conocimiento entre nosotros era superficial aún a pesar de los años. Me dijo, me acuerdo bien, transcribo textualmente: “Tienen la típica relación, en la que te enterás que un amigo se separa por que el forro manda un mail general avisándoles” yo le contesté: “¿Y que querés Rafael? ¿Vos que harías Mr. Amistad? ¿das una conferencia de prensa?