Yellow men can jump

12 de enero, 2011

El don de contar, un cucurucho a los 40

Pasé de estar en una heladería en Colegiales rodeado de joviales gordos a punto de llegar a los cuarenta, comiendo curucuruchos y vasitos de plástico llenos de helado, a un bar de Las Cañitas donde me esperaban un puñado de precoces diseñadores y diseñadoras, sofisticadamente alcoholizados, que hasta esa noche al menos no tenían ni pensado cumplir los treinta.

El salto fue abismal, la caminata bastante larga, chocaron los planetas y perdí como en la guerra.

El recorrido tuvo tres etapas, la primera con Matías, charlando animadamente sobre nombres para gatos. Yo decía alguno y Matías los repetía, varias veces como llamando al felino. Si le decía, por ejemplo Eve, el decía: "Eve, Eve, Eve", si mi propuesta era Hayde, Matías extendía un poco la mano, friccionando el dedo gordo contra el indice repetía el mantra: "Hayde, Hayde, Hayde". En la comida nos había contado que en su casa no es como en la de todos nosotros, donde nuestras mujeres mandan, en su casa manda el. Sin embargo estaba con este tema del gato que trajó Inés a vivir con ellos pese a que el se había negado terminantemente, y ahora el bueno de Matías estaba pensando nombres, todo para que cuando llegue a su casa la mujer le avise que se llama Pompón o Grisecito.

La primera etapa del recorrido fue de Ciudad de la Paz y Jorge Newbery hasta Maure y 11 de Septiembre, donde me despedí de Matías. La segunda etapa fue de ahí hasta Chenaut y Luis María Campos. En la segunda etapa de la caminata básicamente me reí de una increíble anécdota que no conocía. Aparentemente Gallo y Mauro lo ataron a Jero a la cama y se comieron toda la crema de una torta que la vieja de Jero tenía guardada en la heladera. Me reía de la anécdota y me reía de Mauro contándola y me reía de Jero y de lo que sería su aporte al Basket de los miércoles. También me reía del Gallo y su cucurucuho de dulce de leche, (dulce de leche y Gallo me van a hacer reír hasta el último de mis días) afirmando las cosas que iba contando Mauro, con un si, si, si, fue así, y disfrutando como idiota la historia.

Todo esto pensaba cuando entré en Las Cañitas, el lugar más parecido al infierno que haya visto en mi vida. En este barrio alejado de la buena mirada de El Señor empezó la tercera etapa del camino, con el pensamiento en la cabeza del pedido de I. Velasco de que no dejara de poner en la crónica un dialogo que tuvo con I. Demey en la duchas. El Dumey en su versión deportiva, competitiva, basketbolera habría hecho, no puedo dar fe, desde su lugar en la banca, comentarios triunfalistas sobre el hipotético resultado del partido a favor de Los Gorilas. No es la primera vez que pasa, pero no seamos duros con el, todo esto es muy nuevo en su vida. Y la incidencia de lo que pueda haber dicho y el desastre que pasó, es solo fruto de la casualidad.

En ese preciso instante, me acuerdo como si fuera ahora, pensé en que no había forma de que escriba ninguna crónica, estaba vació, bloqueado, tenía solo el pedido de I.V. en la cabeza, nada más.

Ensimismado, llegué a la mesa de los jóvenes designers y sin que me sentara, ni saludara a nadie, me lanzan un: "¿Cuál fue el lugar más exótico dónde hiciste el amor?", estupefacto no podía dejar de pensar para adentro mío, "¿Además de la cama?". Como cualquier respuesta que les diera tenía que ser mentira o una piña de realidad, les dije que no me gustaba hablar de esas cosas, que era privado, me miraron con una cara de embole tremenda y yo sin haber llegado ya estaba fuera, añorando la heladería de Colegiales.

Menos de media hora después estaba camino a casa.

Pienso ahora mientras escribo, en el don de contar y creo que a esa reunión en Las Cañitas tendría que haber llegado Matías, no yo. No hay nadie que yo conozca que sepa hablar sobre sexo con la alegría y minuciosidad con la que el lo hace.

Va un ejemplo, no necesariamente ligado al sexo, pero si al físico y a la desnudez, tampoco hay mujeres, con lo que podría ser tomada perfectamente como una historia gay:

Después del partido subí a las duchas, solo. El vestuario estaba a oscuras. Prendí todas las luces y llegó el Dumey. Yo me ubiqué en la última ducha de la derecha y el Dumey correcto y educado dejo una ducha libre y se acomodó en la que le seguía. Le pedí jabón, pero me explicó que el se baña con la espuma del shampoo, así que los dos procedimos a enshampuzarnos. No había agua o si, apenas un débil chorrito que recorría la ducha para terminar deslizándose lentamente por la pared. En mi ducha había una canilla a la altura de las rodillas de la que si salía agua con fuerza, usé ese chorro para bañarme, mientras el Dumey me insistía que saliera, que lo dejara enjuagarse a el, que no sabía lo incomodo que era estar lleno de shampoo. ¿No estaba yo igual? ¿No pensó que sabría lo que se siente? ¿Por qué iba a abandonar mi humilde chorro para dejarlo a el que se enjuague en mi lugar?
¿A que voy con todo eso?, justamente al don o la habilidad para contar algunas cosas con la gracia y teatralidad necesaria, cosa que me faltó en Las Cañitas y que a Matías le sobra. Cuándo le pregunté a Matías como se había bañado, caminando por el patio de la cancha de Basket hacia el Restorán, se frenó, se acuclilló, y empezó con un movimiento de brazos hacia sus genitales a actuarme con lujo de detalles como había hecho para higienizarse las bolas en la canilla que les conté más arriba. Un especie de mimo perverso. Un artista.

Al margen, una cosa que me hace reír ahora y no quiero dejar de mencionar. Antes de empezar a comer, no se quién pregunta por Nacho V. a lo que otro contesta “Esta en el baño, enjuagándose el jabón del cuerpo con una botella de agua”. Cuando llegó Nacho a la mesa, al rato, venía con la cara colorada, una rojizo nuevo, reciente, en el momento pensé que tenía que ver con el esfuerzo de sacarse el jabón de su no pequeño cuerpo con una botellita de agua. Durante el partido no le había visto la cara en ese estado. Matías le pregunto que le pasó y Nacho le contestó que paso el fin de semana en Mar del Plata. ¡Mentira!

Toda la noche del basket fue en líneas generales una mariconada. El avioncito de Roa en el festejo de su encestada dedicado al Gallo, el Gallo mirando para otro lado. La pelea entre Mauro y Jorge. El sopapo de Mario a Mauro. Las recriminaciones del Uruguayo. Jorge saliendo de la cancha por que estaba caliente, cosa que no le termino de creer. El Pollo con pelo largo. Mauro elogiándolo al Gallo en las duchas, el Gallo preguntándome si lo escuché a Mauro elogiándolo. El enojo del Paposa con Jorge, el enojo de Jorge con el Paposa. Los moderadores. Daiqui en su versión concentrado. Cosa que merece una última reflexión acerca de los japoneses y su tendencia a sonreír, y si me permiten voy a citar a mi viejo:
"Si un día te topás con un chino que por X razón deja de sonreír, alejate con la velocidad que tus piernas te permitan"


Hasta la próxima.